sábado, 6 de marzo de 2010

Unha esperanza


Aquela travesía fora dura, triste e desoladora para o señor Linh.
Mais, según van pasando os días, xurde unha nova amizade, unha nova ilusión. E albíscase unha esperanza para o futuro…
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El señor Linh mira a su amigo. Un sollozo enorme, interminable, como surgido de la última palabra que acaba de pronunciar, sacude al hombre gordo. No se tranquiliza. Tiembla como un barco zarandeado por la tempestad. El señor Linh intenta rodearle los hombros con el brazo, pero no lo consigue, porque su brazo es demasiado pequeño para las anchas espaldas de su amigo. Le sonríe. Se esfuerza en transmitir muchas cosas en esa sonrisa, más cosas de las que ninguna palabra podrá contener jamás. Luego se vuelve hacia el mar, dándole a entender que también debe mirar allí, a lo lejos, y a continuación, con una voz que no es triste sino completamente alegre, repite el nombre de su país, que de pronto suena como una esperanza y no como un dolor, y rodea a su amigo con los brazos, sintiendo el cuerpo de Sang Diu protegido y no aplastado entre los suyos.
[…]
Su voz se apaga. Se produce un silencio. Luego vuelve a hablar, pero con lentitud. A veces hace una larga pausa, como si fuera a buscar las palabras en lo más profundo de sí mismo y le costara encontrarlas.
Camina por un sendero difícil, se dice el señor Linh, que escucha la voz del hombre gordo, una voz que se le ha hecho muy familiar pese a no comprender lo que dice. La voz de su amigo es profunda y ronca. Parece despeñarse entre piedras y grandes rocas, como los torrentes de montaña antes de llegar al valle, antes de hacerse oír, de reír, de gemir a veces, de hablar fuerte. Es una música que se adapta a todo lo que ofrece la vida, a sus caricias y sus asperezas.

Philippe Claudel. La nieta del señor Linh.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Encántame!!!!!

Graciñas Aura. O

neves dijo...

Eino ler, Isabel.